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Al pensar en mejorar la gestión nos podría asaltar la sospecha sobre para quién lo estaríamos haciendo.
Advierte que estás por leer un artículo del Lado B, el de las preguntas incómodas y las respuestas desafiantes o políticamente incorrectas.
Empecemos con una pregunta incómoda: ¿Estás ayudando a que las cosas mejoren… o, sin querer, le estás haciendo el juego a un sistema que muchas veces juega en tu contra?
Cuando lancé mi marco P4Mf, alguien me dijo en tono de advertencia: “Tené cuidado, porque cuanto más ayudes a mejorar la gestión, más eficaz se vuelve la máquina. Y la máquina no está de tu lado.”
Esa frase me quedó picando desde entonces. Porque en el fondo plantea una duda pesada:
¿Vale la pena dedicar tiempo y energía a mejorar la forma en que trabajamos… cuando tanta gente siente que el sistema está podrido de raíz?
Te guste o no, todo lo que nos rodea —calles, edificios, pantallas, comida, servicios— es fruto de un modelo donde la economía de mercado organiza la vida. Dentro de ese modelo, las empresas (las que ponen el capital) necesitan a las personas (las que ponen el trabajo). Corrieron ríos de tinta sobre estos temas, en defensa o detrimento.
Pero, si vos estás del lado del que pone el cuerpo, ¿para quién estás trabajando cuando buscás “mejorar la gestión”? ¿No estarás, sin darte cuenta, ayudando a que el sistema funcione mejor… pero para los de arriba?
No es una locura. Hay personas que razonan más o menos así: “Yo hago lo justo y necesario para que no me rajen, pero no pienso ayudar a que les vaya mejor. Si les fuera mejor, no nos contemplarían. Solo ceden cuando los forcejeamos.”
En verdad, sin luchas, sin presión, muchas veces no hay mejoras. ¿No te parece? Pero hay una bifurcación peligrosa. Supongamos este diálogo entre dos miembros de un equipo de proyecto:
¿Vos cómo ves esto? ¿Con cuánta frecuencia sentís que lo que hacés ayuda a otros… pero no necesariamente a vos? ¿Hay en tu entorno gente con actitudes así?
Se complica implantar P4Mf en escenarios con mucho de eso. ¿Qué sentido tiene hablar de influir sobre el desempeño de las personas, si esas personas están descreídas, convencidas de que cualquier mejora solo beneficia a los de arriba?
Te comparto una imagen que me sirve para pensar sobre este dilema. Por un lado, está Edward Freeman, con su teoría de los stakeholders: propone que los empresarios no deben mirar solo a los accionistas, sino también a todos los actores involucrados —empleados, clientes, proveedores y comunidades. La empresa debería crear valor compartido, no solo ganancia. Esa idea suena bien, si la empresa tiene la capacidad de lidiar con la complejidad que implica (¡otra vez la complejidad!).
Del otro lado, la antigua lógica de Adam Smith y su “mano invisible”: que cada uno persiga su interés, y el mercado se encargará del equilibrio. Esa idea suena bien… hasta que el capital empieza a concentrarse, a evitar competir, a explotar. Y ahí el equilibrio se hace añicos.
Vos, ¿de cuál de estas visiones te sentís más cerca? ¿Creés que los empresarios están interesados en crear valor compartido… o solo valor para ellos mismos y sus accionistas? ¿Cómo se vive esto en tu entorno?
Muchas personas oscilan entre esas dos visiones. Algunas se plantan del lado del descreimiento.
No tengo una respuesta concluyente. Es la esencia del Lado B: vos sacarás tus conclusiones. Son importantes porque, para quienes gestionamos, diseñamos, proponemos o acompañamos procesos, vale la pena entender esta mirada desconfiada. Porque existe. Porque es fuerte. Porque ignorarla es un error. Y porque muchas veces nosotros también la sentimos.
Quizá el primer paso sea no negar esa visión, sino abrirle espacio. Convendría reconocer que mucha gente está cansada, o harta, o herida por experiencias laborales que no la contemplaron.
Aun así, entre esa desconfianza, hay quienes siguen buscando hacer las cosas mejor. Y ahí, me parece, hay un espacio para trabajar con sentido.
Pero lo cierto es que no todos somos siempre buenos. A veces jugamos a favor del equipo, y a veces no. A veces creemos en lo que hacemos, y a veces estamos a punto de largar todo. ¿Podrías negar esto?
Entonces, no nos inventemos un marco de trabajo que funcionaría solamente si todos fuésemos siempre buenos. Porque no lo somos. Ni los que mandan ni los mandados. Pero ¿vale la pena insistir en que todo siga funcionando e ir mejorándolo? ¿Habría otra alternativa?
Si todo esto te parece inútil, si creés que todo intento de mejora es solo maquillaje sobre un sistema injusto, puedo entenderte. Algunas veces, también me pasa. No me enorgullece, pero es parte de mí. Pero insisto en no quedarme ahí.
Por eso escribo el Lado B: para no esconder esa voz. Para decir que no todo es entusiasmo ni receta ni convicción. Estoy convencido de que los marcos como P4Mf no deben ser ingenuos. Tienen que sostenerse en una mirada que incluya la sospecha. Si no, ¿no estaríamos engañándonos?
Sin embargo, conviene tener en cuenta la máxima de Patrick Lencioni (Las cinco disfunciones de un equipo): la falta de confianza es la base de la pirámide de disfunciones de un equipo. No se refiere a desconfianza interpersonal, sino al temor a decir lo que realmente se piensa. Mientras exista esa desconfianza, habrá personas en el equipo que se comportarán “como si” pensaran de la forma políticamente correcta. ¿A dónde lleva eso?
No aceptes lo que digo. Discurre. ¿Notás esto que describo? ¿Sentís que ayudar a mejorar es una traición? ¿Cómo vivís tu propia ambivalencia?¿En qué momentos decidís apostar, y en cuáles ponerte a salvo?
Si este Lado B te dejó un sabor amargo, podés equilibrarlo con otra mirada. Busca el artículo “Qué nos hace trabajar” dentro del blog P4Mf.