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La complejidad atraviesa toda gestión. En P4Mf está presente desde el inicio, y por eso conviene reflexionar ahora sobre ella: hacerlo permite entender mejor las razones del diseño del marco.
Cuando pasé de programar a liderar personas, algo se rompió —o, mejor dicho, se abrió. Ya no bastaba con entender qué hacía cada línea de código. La realidad del trabajo humano me desbordó con su ambigüedad, sus tensiones, sus idas y vueltas.
Descubrí que, mientras el mundo técnico me había entrenado para buscar errores y corregirlos, la gestión me invitaba a otra clase de juego: no el de reparar, sino el de responder. Ahí entendí que hay cosas que no se arreglan: se acompañan, se bordean, se sostienen.
Este artículo nace de esa lección y del deseo de compartir cómo, con los años, aprendí a diseñar procesos que no ahogan la incertidumbre, pero tampoco se rinden ante ella. Al decir de Edgar Morin, acepté que navegamos en un mar de incertidumbre a través de un archipiélago de certezas.
Lo complejo no se arregla: se navega
En la vida organizacional, la tentación de “ordenarlo todo” es fuerte. También entendible.
La gestión necesita estructura: algo que ayude a que las cosas funcionen, que nos permita coordinar, replicar, mejorar. Pero cuando esa necesidad se vuelve rígida, empezamos a pedirle al proceso lo que no puede darnos: seguridad total, previsibilidad absoluta, control pleno.
Así es que nos frustramos. Porque el contexto cambia, las personas no responden como esperábamos, y el entorno —ese mundo VUCA del que tanto se habla— nos devuelve preguntas nuevas cuando apenas empezábamos a entender las anteriores.
Entonces, ¿cómo gestionamos sin caer en el caos ni refugiarnos en una burocracia rígida e ineficiente? Esa tensión —entre orden y adaptabilidad— no se resuelve con un manual, sino con un modelo que respire: que interopere con su entorno.
No es disyuntiva: es danza
Uno de los errores más comunes que he visto en equipos de trabajo es creer que deben elegir: o siguen el proceso al pie de la letra, o improvisan. Pero no es una disyuntiva. Es una danza.
Un buen proceso no es un corsé: es una estructura viva. Algo que permite actuar con fluidez, pero sin que cada paso dependa del humor del día. Algo que se puede revisar, mejorar, enseñar… y, llegado el caso, adaptar.
No se trata de prescindir de los modelos. Se trata de diseñarlos con conciencia de sus límites, y con apertura a lo que aún no sabemos.
Un mapa para no perder el norte
El modelo Cynefin me ofreció una clave conceptual para esta mirada. Distingue entre contextos simples, complicados, complejos y caóticos. Cada uno de esos dominios pide una forma diferente de actuar.
Lo interesante no es solo el modelo en sí, sino el criterio que habilita: no toda situación merece la misma receta.
P4Mf integra esa lógica a través de artefactos como Pracis, que sintetiza lo esencial del proceso en un formato práctico, sin perder de vista los desvíos posibles. Es una forma de hacer visible el diseño, sin pretender que lo contenga todo. Pracis no congela la complejidad; la acompaña.
Dialogar con lo no resuelto
Otra práctica que incorpora P4Mf es la de registrar sistemáticamente los asuntos no cerrados. No para atormentarse con lo pendiente, sino para evitar que lo no resuelto se pierda en el olvido o se repita como sorpresa.
Para eso usa un artefacto llamado Aitems, que actúa como una especie de bitácora de lo complejo: permite observar patrones, sostener conversaciones, revisar hipótesis. No elimina la ambigüedad, pero le da un lugar.
Porque mejorar no es resolver de una vez. Es seguir respondiendo con más conciencia.
Diseñar con la imperfección en mente
Con el tiempo, lo que más cambió en mí fue esto: dejé de buscar estructuras ideales, y empecé a valorar aquellas que pueden alojar lo imperfecto.
Diseñar un proceso no es construir una jaula. Es crear un marco de acción que permita sostener lo valioso, revisar lo dudoso y adaptarse a lo nuevo sin colapsar.
Eso no implica resignación. Todo lo contrario: implica compromiso con la mejora continua, sin el espejismo de la perfección. Es una forma de habitar la complejidad con herramientas propias.
Pistas de acción desde P4Mf
Si algo te resonó en este artículo, quizá puedas dar uno de estos pasos:
En resumen
La complejidad no es una anomalía que debamos erradicar. Es parte del terreno. Podemos prepararnos mejor para transitarlo: con procesos vivos, con mapas que orienten y con prácticas que den lugar a lo imperfecto sin derrumbarse.
No se trata de “gestionar la complejidad”, sino de gestionar en la complejidad.
No me aceptes. Discurre. ¿Te animas a revisar alguno de tus procesos con ojos menos idealistas y más curiosos?